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15 enero 2009

NOMADAS DEL DESIERTO



Hace días que regresamos y aún no he conseguido sacarme el frío del cuerpo, se trata de una mezcla entre cansancio y desasosiego que hoy al despertar, se convirtió en mal humor. Ha ido creciendo a lo largo de la mañana, mientras escuchaba las noticias sobre los bombardeos en la Franja de Gaza, a las 16:30 h. he decidido que ha llegado el momento de sacarlo afuera.

Tengo la suerte y la desgracia de sentir pasión por una tierra desolada, África. Pero después de varios intentos de viajar con algún sentido, he llegado a la triste conclusión de que lo mejor, de ahora en adelante, será viajar por mi cuenta.

Esta es la historia de un largo viaje al desierto, así dicho suena romántico, ¿verdad?. La magia desapareció con los primeros rayos de luz del día, tras dos largos días de interminables carreteras. A nuestro alrededor revoloteaban niños y jóvenes que nos hablaban español, catalán, eusquera, francés e incluso chino.

Aquello no fue un shock cultural, al principio sólo pensé que las horas del viaje me habían trastornado. Después de un idílico paseo por un oasis cultivable, nuestros amables guías empezaron a enseñarnos sus tesoros. Eran fósiles milenarios salvajemente extraídos de las minas y que los niños nos vendían a precios europeos, en dirhams o en euros. Las niñas poco a poco desparecieron de nuestro alrededor, sin dejar rastro, sólo pudimos hablar con dos jóvenes durante nuestra estancia, también a cambio de un módico donativo.

Que todo en África tiene un precio no es algo nuevo para mí, en esta ocasión lo duro era el disfraz de “Turismo Responsable”, detrás del cual se esconde una brutal agresión contra la naturaleza, una promoción de la inmigración a Europa y un turismo sexual descarado. Ya no es cuestión ni siquiera de la existencia de ONGDs que llevan a cabo actuaciones diseminadas y sin sentido, se trata de organizaciones que están dejando una huella devastadora por allá donde acampan.

Si me horrorice cuando en Guinea Ecuatorial bajábamos de los contenedores colchones, mantas y hasta libros de valenciano (“porque el saber no ocupa lugar”),...la experiencia de limpiar un hospital en medio del desierto construido entre un cementerio y un vertedero ha superado todas mis expectativas. Un hospital con consultas de oftalmología, de odontología, absolutamente equipadas y cerradas, porque sólo los españoles saben utilizarlas. Un hospital cerrado en medio del desierto, eso sí, con los azulejos del suelo de color blanco nuclear y por supuesto llenos de arena.

En medio de este show, convenientemente orquestado para la llegada de los turistas, me asaltó una duda: ¿quién era quién en medio de aquel circo?.

Dunas inmensas de arena de un rojo fuego y un azul intenso que no te dejaba dejar de mirar el horizonte. En un instante podías sentir tanta pasión y tanto desprecio al mismo tiempo,... Tablas de snow, skiadores, furgonetas y 4x4, el estruendo de qüads y motocicletas y un ruido ensordecedor que aplastaba los cuentos de Ali Baba y las Mil y una Noches.

Sigilosamente busque un rincón en el que desaparecer en medio del desierto, me constó encontrarlo, cuál fue mi sorpresa cuando descubrí desde lejos que los pobres nómadas del desierto disimulaban ante la llegada de los 4x4 y los autobuses de “turismo responsable”. Detrás de la carretera principal y tras “las casas de adobe de aquellos nómadas que no tenían nada y que vivían en medio de tanta dureza” se escondían plantaciones con riego por goteo, antenas parabólicas, conexiones a internet,...

Dos días antes de empezar nuestro camino de regreso empezaron a apabullarme las peticiones de boda, algunas para considerarlas, que pena que una tenga tantos principios.

Volví con los colores fundidos en mis pupilas, con el calor que te da el contacto con esta tierra, con el interminable brillo de las estrellas y la huella aplastante de la verdad sobre mi conciencia. Siento cada día la llamada de África, allí encontré grandes hermanos y mejores habitantes.

Atravesé la frontera de Ceuta con la dosis suficiente de realismo, para enfrentarme a aquellos que defienden la mal llamada cooperación al desarrollo y a los que visten el trajecito de turistas responsables. Y maldigo estas nuevas formas de colonización que importan este modelo de consumo al borde de la catarsis. ¿Qué tendrá que pasar para qué aprendamos de nuestros propios errores?

Ya en suelo español, bajando las maletas para cruzar el estrecho, una de las “turistas responsables”, que había recorrido el Magreb y sus contrastes, durante sus vacaciones de navidad, comprobó asombrada que no estábamos solos y con una voz fina y estridente nos alarmó: -Hay unos pies ahí, debajo del autobús.

Hice 14 horas de viaje, en silencio.



Aurora,
15 de enero de 2009.

1 co-opiniones:

Anónimo dijo...

C'est tres beau! Merci beaucoup!